lunes, 24 de agosto de 2009

EL BESO


Está dormida.

Parece profunda, austera, como abrazando un zorzal. Como cantando con él. Como volando con él.

¡Qué fácil sería besarla ahora! Pero qué imprudente a su vez. Más aún, qué sencillo sería desnudarla, pero cuán inoportuno a esta hora.

Nada. La calle gris, peor, grisácea. Indefinida. El sol amenazante y desconfiado quiere, pero la ciudad grisácea (según se le antojó hoy) no parece querer permitírselo. El sol insiste. La ciudad también.

Había una plaza en la esquina, yo no sé si seguirá estando. Tampoco puedo precisar en qué esquina. Sí puedo dar algunas descripciones: está dos escalones más arriba que la acera, carece de verde, tiene dos bancos de hormigón, un árbol desabrigado con un zorzal en una de sus ramas y a la vista de todos. No. Decir de todos es una exageración. Yo estoy ahí, sí, y lo veo. No muchos más. Tal vez ella, que está sentada en uno de los bancos de cemento, también lo vea. Pero parece estar dormida. Y si así fuera ¡qué lindo sería besarla!

Me subo el cierre de la campera negra y prendo el botón de la solapa, bajo mi sombrero como hundiendo la cabeza en él pero hacia arriba, pongo las manos en los bolsillos y comienzo a caminar. Camino airoso, recto, constante y pletórico hacia el único de los bancos ocupados. Ella parece despreocupada, no demuestra darle crédito a los infortunios del sol. Mucho menos a la desidia de la ciudad. Me siento a su lado, trato de convencerla en silencio de que mi única intensión es la de sentarme. Pero no hubo caso...

-Una vez nos besamos-me dijo sin mirarme. Yo casi esbozo una sonrisa pero recordé que pretendía esforzarme por convencerla de que, tan sólo, me estaba sentando.

-Creo que fueron varias veces-. No le mostré los dientes. Tampoco yo la mire, aunque mis ojos me lo suplicaron.

-No fueron tantas, no se entusiasme-. Su declaración me indignó suficientemente. Yo recordaba cada segundo de cada uno de sus besos. Sumando esos segundos, arrojaban un tiempo inconmensurable. Yo había podido calcular el porcentaje de humedad acumulado sobre mis labios en cada uno de esos segundos. Y formaba ríos en los que del otro lado había ríos. Pero para ella no fueron tantos

-¿Escuchó el zorzal?-preguntó, creo que con la sólida intensión de cambiar de tema. Yo le dije que por eso estaba sentado donde estaba, pero tampoco con esto hubo caso: -Usted ha venido a besarme- afirma sin observar -y quiere aprovecharse porque estoy dormida.

Se levantó un viento muy intenso, un torbellino. Entremedio hubo un caos indefinible, como un viaje en un tren tremendamente fugaz o una fuga cósmica. La velocidad, en la completud del sustantivo, es de lo único que uno podía hacer referencias.

Al despertarme ella estaba dormida. Y sus labios húmedos.

domingo, 2 de agosto de 2009

La causa de otra disconformidad dada


Quietud;
la playa más solitaria de todas,
la noche más blanca y de luna,
la fuga menos dispersa y torpe.

Espuma;
un beso en el borde del beso,
el grano arrojado a desgano,
la hora que ahora ya es antes.

Eolo;
el dios más perverso de todos,
el más cálido amigo del hombre,
el amante de otras mujeres.

Clepsidra.
Entre un reloj de arena
y este reloj de agua
no sé con cuál quedarme.