Luego se eleva la estupidez. Se alza demasiado rápido y es acompañada por el poderoso más poderoso que está en aquella verde alfombra. Se escapa la estupidez y cae como un rayo. Y una vez caída se asume derrotada por el poderoso. Y una vez asumida derrotada es asumida finalmente. Cae ya, y reposa también en el recinto. Se para el otro funcionista, funcionario (o como se deba nominarlo) para no perderse nada de lo estúpido que los sumerge, que los sumerge y los reflota y por eso vuele a elevarse la insana estupidez. Años más tarde ella recaerá una vez más como un rayo sobre otro poderoso y la historia no cesa como sí lo hace la fría nieve. Y también se parará su compañero para no perderse la endeble función.
Un ogro desesperado irrumpe en la bruma herida. Sus alaridos aterran a la mayoría y entonces no es escuchado sino tan sólo evitado. Se espera que su estupidez perezca, pues se cree que es más estupidez que la otra estupidez. Y la historia se hilvana en derredor de las dos estupideces. Aunque bien sabemos que uno sólo no lo considerará y se acomodará en el sillón más cómodo de los dos: o bien en la verde alfombra o bien entre el vaho rebelde.
Con estás dos opciones se abren, pues, dos posibilidades: o bien surge un placebo ingrato para seguir recibiendo la estupidez altiva y trashumante desde lo alto como un rayo, o bien se estremece todo en un nuevo alarido que empuja, inevitablemente, al vaho que sucumbe, irremediablemente.
El ogro finalmente descubre su perennidad, toma su destartalada mochila y se va; no huye ni se escapa sino simplemente se va. Existe la contingencia de que alguien se siente en su lugar; pero esta idea es remota, por eso es idea. Habrá que escuchar el nuevo alarido para saber si es más aterrador que el anterior o si invita a un buen banquete.
Van a ir muchos al banquete pero unos pocos saborearán el postre, de esos pocos son muchos menos los que se tentarán con el alarido, y cuando lo hagan, recién ahí, entrarán en ira. Lo terrible de todo es que alguien ya se encolerizó antes: es precisamente el poderoso que está cómodo.
Pero llegará el día en que la ira del estúpido hará que la ira de quien mejor supo degustar el postre sea, por fin, transversalmente opuesta y esta última logrará hacer fenecer a la primera. Pero falta demasiado para esto. Nadie, aún, se ha atrevido a acercarse al postre que con tanta paciencia el ogro desaparecido preparó en el bosque de la nieve seca.