viernes, 23 de febrero de 2007

IRA

El vaho sucumbe de modo rebelde, mientras la nieve cesa. -¿Y ustedes que miran desde la verde alfombra?...- absolutamente nada transpola la bruma herida. Se confunde en el aire la sensación con la certeza para que pierda el objeto, y nadie objeta nada a causa del sufrimiento que alberga tal discordancia.
Luego se eleva la estupidez. Se alza demasiado rápido y es acompañada por el poderoso más poderoso que está en aquella verde alfombra. Se escapa la estupidez y cae como un rayo. Y una vez caída se asume derrotada por el poderoso. Y una vez asumida derrotada es asumida finalmente. Cae ya, y reposa también en el recinto. Se para el otro funcionista, funcionario (o como se deba nominarlo) para no perderse nada de lo estúpido que los sumerge, que los sumerge y los reflota y por eso vuele a elevarse la insana estupidez. Años más tarde ella recaerá una vez más como un rayo sobre otro poderoso y la historia no cesa como sí lo hace la fría nieve. Y también se parará su compañero para no perderse la endeble función.
Un ogro desesperado irrumpe en la bruma herida. Sus alaridos aterran a la mayoría y entonces no es escuchado sino tan sólo evitado. Se espera que su estupidez perezca, pues se cree que es más estupidez que la otra estupidez. Y la historia se hilvana en derredor de las dos estupideces. Aunque bien sabemos que uno sólo no lo considerará y se acomodará en el sillón más cómodo de los dos: o bien en la verde alfombra o bien entre el vaho rebelde.
Con estás dos opciones se abren, pues, dos posibilidades: o bien surge un placebo ingrato para seguir recibiendo la estupidez altiva y trashumante desde lo alto como un rayo, o bien se estremece todo en un nuevo alarido que empuja, inevitablemente, al vaho que sucumbe, irremediablemente.
El ogro finalmente descubre su perennidad, toma su destartalada mochila y se va; no huye ni se escapa sino simplemente se va. Existe la contingencia de que alguien se siente en su lugar; pero esta idea es remota, por eso es idea. Habrá que escuchar el nuevo alarido para saber si es más aterrador que el anterior o si invita a un buen banquete.
Van a ir muchos al banquete pero unos pocos saborearán el postre, de esos pocos son muchos menos los que se tentarán con el alarido, y cuando lo hagan, recién ahí, entrarán en ira. Lo terrible de todo es que alguien ya se encolerizó antes: es precisamente el poderoso que está cómodo.
Pero llegará el día en que la ira del estúpido hará que la ira de quien mejor supo degustar el postre sea, por fin, transversalmente opuesta y esta última logrará hacer fenecer a la primera. Pero falta demasiado para esto. Nadie, aún, se ha atrevido a acercarse al postre que con tanta paciencia el ogro desaparecido preparó en el bosque de la nieve seca.

jueves, 22 de febrero de 2007

AL ALBA


Antiguo trovador
Que en lengua provenzal
Gritas de dolor
A causa del alba,
Hoy con poco yo ansío
(sí, yo: que nada tengo,
que nada conozco y quien te respeta)
que compartas conmigo el alba.


Brindemos, pues, tu alma y yo
Con diáfanas copas de escarchas
Por el alba; el alba, ¡ay! el alba.

Envueltos los dos en los rayos del sol
Trepemos las sogas doradas que deshacen las copas
Del alba; el alba ¡ay, sí! el alba.

El pájaro trina su verso más bello
No por afirmar algo sino para expresa
El alba; el alba ¡ay sí! el alba.

Y calmada nuestra sed de hombres,
Embriagados y vueltos locos tú y yo
Caigamos de bruces al alba ¡ay, sí! al alba.

Ahora si, compartamos el manjar:
Tu frase y la mía que refieren al alba,
Al alba ¡ay, sí! al alba y su beldad.

sábado, 10 de febrero de 2007

SIN TÍTULO 1

No voy a decir que todo es una mentira
Pero quisiera decirlo.
Me conformo con decir que hay poco de verdad,
Mas no tengo otro remedio
Para derrotar mis nervios
Que asomarme a la lluvia a disimular mi llanto.
Y cuando me detenga: en lo efímero del rayo,
Las nubes antojadizas,
Como trenes en distintas direcciones sobre un mismo riel,
Me regalarán el trueno,
Que deambulará en mi mente
Hasta tanto vos, anhelo de mi anhelo, remontes tu vuelo al centro

El cielo del día después no dirá nada; pues te posee.
La luna, maravillada, ya no encandilará más nada.
El ciego no verá nada, como siempre, y saldrá corriendo.
El árbol, atolondrado, derramará el vino de su copa para beberlo.
La noche vendrá más pronto que antes.
Y vos, sed de mi anhelo ¿adónde vas a estar?

viernes, 9 de febrero de 2007

A ADRIÁN SUOTO

Semillas de carbón
Que apaciguan el temblor del valle helado.
Cadenas de extenso bosque blanco,
Seco y empapado por el río que baja de lo alto.
Alturas imprecisas y fusiformes
Que se suceden y caen,
Que se levantan y caen,
Que se suceden…
Cielo espejado y brisa tardía
Que asoma de a poco tras la niebla,
Y yo.

martes, 6 de febrero de 2007

EL SALTO DE LAS RANAS

Pasó el pasado, y las ranas siguieron saltando.
Lejanas, solitarias, se burlaron de todo lo existente, de todo lo existente factible de ser burlado. El estanque donde habitan se dora al sol, y la luna lo vuelve de plata. Son un coro de croas sus voces en conjunto. A la noche, solitarias, lejanas, las ranas cantan su canto.
Alrededor hay un terreno, el de una casa. A su vez, la casa se levanta en la inadvertida ciudad. La casa, abandonada, juega y oye y mira y también, a veces, parece que salta. Y la cuidad, de vez en cuando, se detiene para saltar al ritmo del croar.
La lechuza rehúsa de su chistido, y observa. Gira su cabeza desde la rama de un roble viejo, y se deleita con el espectáculo. Se asombra, sus ojos se agigantan aún más y las ranas no dejan de saltar.
Una a una se zambullen las ranas en el estanque, y salen solo para volver a zambullirse. Cantan un arrullo apaciguador, y saltan. A su canto se suman unos tenores sin escrúpulos, los grillos, que no conocen la melodía. Pero ellos también cantan, y ellos también saltan.
Durante el día se acercan las gentes a verlas, pero las ranas no saltan. Esperan a que el estanque se torne de plata. Y ahí si, ellas, solitarias, perdidas entre las estrellas, lejanas (díscolas), indomables, arrogantes; saltan. No conocen qué sucedió ese día en la ciudad, más aún, desconocen qué ocurrió cerca del estanque ese día. A ninguna le importa. Disfrutan el momento, su momento.
Fugaz, terrible, déspota, pasa el pasado, y las ranas siguen saltando. Una y otra vez, y otra, y otra más.