lunes, 27 de abril de 2009

LUJURIA

Una noche más,

sólo una noche más;

un instante de tu fulgor...

Sólo una noche más,

una preciosa sensación de tu vientre.

Un encuentro de tus pies descalzos,

lo que dura un sueño,

lo que esconden tus hombros.

¡Un fuego provoca mi cintura,

el carbón se consume!

Una noche más,

alimentarme de tus senos,

consumir tu aliento,

embriagarme con tu transpiración.

Sólo una noche,

disfrutar de la melodía de tus gemidos,

el choque de nuestros cuerpos,

el roce de tu pelvis.

Sólo una noche más,

no tengo otro deseo.

O tal vez sí,

si es posible

que esa noche

sea eterna.






lunes, 20 de abril de 2009

SEPAN DISCULPAR


Disculpen los poquísimos lectores de este blog: el escrito que tengo para subir hoy es demasiado triste. Por sobre todas las cosas me provoca un miedo atroz, al punto de ni siquiera animarme a escribirlo. Todas las metáforas resultaron vacías: no sirvió la lluvia, el silencio también se precipitó inútil. Tengo todos los huesos quebrados.

Disculpen la escasa hidalguía: quisiera estar lejos del todo, en el espacio y en el tiempo. Distante pero inalcanzable. Invisible por no creerme inexistente, pero prefiriéndolo. Esos oscuros lugares, esas tremendas horas que no sé dónde están también me provocan un miedo atroz. Y llorar se puede llorar en cualquier parte.

Disculpen la falta de hombría: nunca me creí un caballero y mucho menos ahora. Para mí que ella es totalmente inconsciente: no tiene ni la más remota idea de la belleza que posee. Y viéndome al espejo me doy por enterado: mis granos, mi barba desprolija, mis ojos estrábicos, mi pera puntiaguda, mi nariz torcida no la van a convencer de nada.

Disculpen la falta de sinceridad: ¿Quién pudiera ser sincero? Es que me avergüenzo. Entonces escojo la liviandad sólo para no mostrarme desencajado de mí; pensando tácitamente que oculto, tal vez, escape de algo y de alguien. Elegiría la ambigüedad, pero me abraza la ambivalencia y me pasan todas las tristezas en concreto.

Disculpen la sensación de rechazo: no sé, en verdad, si es tal. Juega conmigo, un poco, el desprecio. Un dolor inmenso me toca el hombro para que voltee y lo mire a los ojos. Yo le huelo el perfume y no lo miro porque me resulta aterrador. Pero insiste con ir a dar un paseo de lo más otoñal que alguien pueda imaginar.

Disculpen la soledad: sólo por estar solo.

Disculpen la ausencia: sólo por estar ausente.

Disculpen la quietud: es culpa del pánico.

Disculpen el temblor de mi voz: es el ahogo.

Disculpen el llanto: es llanto. Y es lo único que tengo de sincero. (Pero además necesito ir a lavarme las manos, en un desesperado intento por olvidar algo).

Sepan disculpar si dejo vació este espacio: el vacío es mío. Tan mío como el temor que me acompaña, como la tristeza que me habita, como la soledad que me abraza, como la ausencia en la que estoy permaneciendo o el dolor que me sigue invitando. Tan mío como mías son estas lágrimas que se me escurren de todas las partes del cuerpo.

miércoles, 8 de abril de 2009

ANATÓMICA MENTE

Recuerdo precisamente lo mínimo que eran sus pies. Los dos juntos eran pequeñísimos. Precisos. Preciosos. Tal cuales.

(No es buen momento para andar recordando, dice Funes).

La columna era plena y recta. Cada una de sus vértebras estaba perfectamente colocada. Yo les pasaba la yema de mis dedos índice y mayor, personificaba un caminante con ellos para recorrer y aprender lo bien plantadas que estaban esas vértebras una sobre otra a lo largo de toda la espina.

(A mi también me duele una mujer en todas partes, señor Borges).

Las partes ágiles, sus extremidades, llegaban a donde querían. Eran caminos salvajes. Salvadores. Abrazadores. Aterradores y furiosamente instigadores del placer. Recuerdo que hacían cuanto querían. Cuando querían hacían. Y cualquiera, yo u otro, se volvía impaciente. Y paciente. Duraban tanto… nunca supe hasta donde.

(Una vez conocí a alguien que quise conocer pero me equivoqué, me confesó Palahniuk).

Pensaría en su boca y en sus ojos y se los pasaría a contar. Pero es imposible decir algo. Pensarlos es imposible. Incapaz de ser pensado. El pensamiento es apenas un fanerón, y también sus ojos y esa boca que es. Esos ojos que son tales. Y esa boca que debía permitirlo todo. O no. No

(Nada de extraño tiene la luz del sol, acusó una tal Ocampo)

El abdomen era un secreto. Un secreto y un ombligo que escondía aun más secretos. Intentar escucharlos fue siempre en vano. Intentarlo, apenas, fue siempre distante. Intentarlo, al menos, era alcanzar a lo hermoso en su hermosura misma.

(No puede ser que Hernández tenga razón tantas veces seguidas)

No quiero acordarme de la poesía (Lujuria, 2003) que me cuentan sus pechos y su cintura: ¡Pero si todavía la escucho!

(Su voz era de escarlata, pienso yo).