jueves, 11 de octubre de 2007

CARTA A MIS AMIGOS EN EL DÍA DE MI CUMPLEAÑOS

Esta carta la envíe hace unos años atrás, 5 para ser más preciso. Y recién hace dos días volví a cumplir años (la edad es relativa, hoy es una, en un rato otra... el tiempo está partido al medio, no es un continuo, pero va para adelante). Ahora, y viendo que hace mucho no escribo nada en el blog, decdí incluir estas líneas en este espacio.

No recuerdo absolutamente nada, quizás haya pasado mucho tiempo y se debe a eso. No obstante, y aún sin recordar nada, puedo asegurar ciertas cosas:
Todo era nuevo
Abrí los ojos y me enamoré de todo
Lloré y no me dolía nada, estaba feliz.
Respiré el aire, el viciado aire que ahora era también mío, y lo amé.
Amé un par de brazos, luego otros y luego uno especial. Estos últimos eran los más protectores, los que me daban más seguridad, los que mejor me sostenían, los que me daban felicidad. A esos, estoy seguro, los amé infinitamente.
Mamé un poco de mundo y estaba bien, calmé mi llanto y estaba bien. En un momento creo que hasta sonreí. Recorrí asombradísimo este mundo que estaba mamando.
Volví a llorar, era todo muy raro pero estaba bien.
Cerré los ojos, sin ningún miedo. Me cubrian un par de brazos hermosos. Dejé de llorar, de moverme, de amar... y me dormí.
Soñé no recuerdo bien qué, pero era un sueño bellísimo...
Un horizonte, un sol, estrellas, nubes, hasta la hermosura de la lluvia, aquellos brazos, amistades, un Dios, unas escondidas, una mancha, una pelota, maestros, profesores, amores, fiestas, celebraciones, libertad... un montón de cosas...
No recuerdo absolutamente nada de aquél tiempo, pero tampoco me importa. Solo estoy interesado en mi presente y me enorgullece encontrarte al lado mío, más aún, en mi interior a los 21 años aunque nada recuerde
Quería agradecerte y nada más. Quería hacerte saber que en estos “feliz cumpleaños” que recibí hoy, la parte del “feliz” es por tu culpa; y eso me hace muy bien.
Quería agradecerte y nada más.

lunes, 27 de agosto de 2007

CONVERSACIONES CON UN ALMA. (Crítica al zapateo de Juan Ignacio Sago).

Exordio:
Estrategia vil del alma inocua,
Esquivando disparos del otrora
Tiroteo sangriento y despiadado
Del pecado y del pueblo ensimismados.

Abre paso, el alma entorpecida
A la lluvia de cenizas impugnable
Que conjura, sedienta de armonía,
Una música lejana, insoportable.

Abre paso, entre gentes de este pueblo
Siempre lúgubre e imbuido en el velorio
Eterno de sus héroes más preciados,
Y de sus rutas y caminos destruidos.

Hoy es hiel y las manos deshuesadas,
Inocentes, incólumes y a salvo.
Ahora es hiel el alma tosca deambulando
Por la esquina donde fue asesinada.

Escena: Única
- Descansa, pobre muerto. Descansa.
Vete al infierno o a los cielos.
No lamentes sin lágrimas el momento,
Halla el camino de los muertos.

- ¡Pero tú que me dices si estás vivo!
Si te duelen los brazos y las piernas.
Si tu voz es aliento del olvido:
Nunca dices y nunca haces nada.

Soledad en esta esquina estoy buscando.
No interrumpas mis anhelos quebrantados.
Vete al sitio de los vivos: alocado
Y déjame en paz, vagabundeando.

- ¡Pero tú estás muerto y no es éste tu lugar!
No aguardes, no detengas ¡zapatea!
El silencio duerme, reposa y te espera.
Anda, despiértalo, despiértalo y entra

Alma estática: conmuévete un instante.
Mis palabras quieren ser como espadas:
Las mismas que en la tarde del brumario
Despertaron tu silencio más oscuro.

-¡Tú eres Krow: asesino, adulador!
Débil, tibio, impuro y sin agallas.
Fue tu espada empuñada la asesina
Y tu jefe, Napoleón, el gran canalla.

Pero tú, insulsa bestia atolondrada,
No consigues, si deseas, redención
¿Por qué eres desalmado y tan cobarde
que mataste a un “enemigo” y de tu bando?

- fuiste tú, estúpido me exhortaste
a que entierre mi espada en tus entrañas.
Con palabras y frases lastimeras
Condenabas a mi ser a los rebajes.

Si matar al cínico es pecado,
Permíteme Belcebú ir a tu reino
Cuando muera de viejo o en combate
O redime, Dios mío, mis embates.

- ni el infierno, ni el cielo corresponden
a las almas, asesinas, desconfiadas.
Sólo estar en la esquina de la muerte
Recordando el dolor de las espadas.

Epílogo:
- de una vez y parta siempre.

jueves, 19 de julio de 2007

MAL, PERO YA NOS ACOSTUMBRAREMOS


En realidad al aceitoso hace mucho que no lo veo andar por acá, pero qué va a ser ahora de la vida del gaucho Pereyra y de su pensativa mascota. Ya no más un don Seller noveleando por ahí. Es que se nos fue el negro Fontanarrosa y, por lo menos a mi, me abraza un dolor tremendo. Tuve que subir el volumen de la radio para terminar de creer lo que estaba pasando, tuve que detenerme en mi mismo y en él para bancármela.
No voy a hacer una reseña biográfica de este "canaya", otros lo sabrán hacer mejor que yo, pero me invade una terrible necesidad, debilidad de mi propio ser, de tirar un par de líneas sobre un tipo que supo, como ninguno, meter un cacho de cultura en “off side” para los que nunca pisaron el Colón y no fueron a ninguna exposición de arte visual. Un tipo que se le animó a Saramago o a García Marquz a decirles que es una mentira grande como una casa la existencia de las malas palabras, exigiendo amnistía para ellas.
Un tipo que afirmó no querer llevarse ningún libro a una isla desierta porque se aburriría, que preferiría llevarse un televisor. Uno que, en Cartagena, aseguró, ante personalidades de la cultura mundial, ser admirador y haberse formado con el centro de González y la palomita de Aldo Poy. Uno que renegaba de los libros como en "palabras iniciales". Un negro al que le gustaba, más que algún premio, que uno cualquiera le diga “me cagué de risa con tus cuentos”.
Ahí va, ahí se está yendo. Ese manchón oscuro que se escapa es Fontanarrosa. Y va a contarles a Borges, a Cortázar, a Kafka, todo lo de cultural, estético y elocuente que tiene el transcurso de 90 minutos de la número 5 en movimiento.
Hacía rato que se iba muriendo el Negro, le puso suspenso hasta a su muerte, como en “19 de Diciembre de 1971”. Y ante ella se mostró más vivo que nunca. Se la peleó por todos lados aún sabiendo que no iba a vencer, como ese que discutía sobre si el ocho era o no era Moacyr y no daba el brazo a torcer.
El Negro… el de la palabra ácida, el del análisis audaz, el del humor inteligente, reflexivo. Un Negro Fontanarrosa que capaz no se meta entre los 10 mejores escritores argentinos de la historia, si se llegase a hacer una antología. Pero el único que puede generar, ciertamente, en el que lo leyó una abrumadora cagada de risa.
Roberto Fontanarrosa se murió hoy y nos vamos a acostumbrar, sin dudas, mierntras tanto estaremos mal. Y seguiremos mal, pero acostumbraus. ¡Qué lo parió!

viernes, 13 de julio de 2007

Si acaso Read escribiese mi muerte



Me le acerqué al muchacho de la remera roja. Estaba sentado en la escalera de una institución religiosa, a la entrada de la puerta verde.
El chico tenía unos veinte años, pocos menos que yo. Necesitaba entablar un diálogo con alguien, ese día había sido nefasto en lo que a las conversaciones se refiere.
-¿Qué lees?- le pregunté
-The meaning of art- dijo.
-¡Ah! Herbert Read... – le devolví
Se sorprendió y miró como confundido:
-Sos la primera persona que conozco que conoce a Herbet Read- me dijo.
-Y vos sos el primer tipo que conozco que lee a Herbert Read.
Yo jamás leí nada de Herbert Read. También sé de la existencia de La niña verde de ese autor, pero nada más. Son datos que a uno le quedan en la mente vaya alguien a saber a través de qué mecanismos cognoscitivos. Son datos irrelevantes, esos.
Yo leí a Borges, a Cortázar, a Bradbury, a Quiroga, pero no a Read. Lei a Jiménez, a Hesse, a Kafka, a Mann, pero desconozco toda la obra de Read. Salvo aquellos dos títulos, no sé nada de ese tal Herbert Read.
No me animé a preguntarle de qué se trataba ese libro por una cuestión de respeto. Tampoco me interesaba. El desinterés es lo que había hecho que mis conversaciones de ese día hayan sido nefastas. Quizá Read sea nefasto también, pero esto es una inferencia absurda.
De modo análogo yo, Franco Del Fabbro, soy un tipo absurdo. Este Del Fabbro no suele tener conversaciones amenas. Y no es que haya dos Del Fabbro, como sí hubo dos Broges que se debatían para ver quién era más protagonista, para saber quién realmente escribía. Yo soy uno solo que ni siquiera puede entablar una conversación consigo mismo.
Al muchacho lo abandoné diciéndole que leer a Read era una buena lectura. Una mentira inmensa. No porque no sea bueno leerlo, sino porque no lo conozco. Pero mi conversación con ese muchacho también tenía que ser nefasta, en principio fue efímera. Quizá lo efímero constituye un soporte de lo nefasto. Es que en definitiva no me interesaba ese muchacho, en absoluto me interesaba qué estaba leyendo. A mi solo me interesan los autodefinidos de los diarios.
A mis compañeros de trabajo les robaba el diario y se los devolvía con los autodefinidos resueltos. De ese modo descansaba durante la estúpida jornada laboral. Es que también detestaba ese trabajo. Las oficinas son muy poco propicias para conversar de algo verdaderamente importante.
Ahora no lo detesto tanto, porque ya no lo tengo. No hubiera podido irme de vacaciones si no hubiese trabajado. Tampoco hubiera conocido a esa señorita tan hermosa con quien fingí una conversación amena con el propósito de desnudarla delante de mi.
A ella, y no haré esfuerzos por recordar su nombre, nunca más la volví a ver. No creo ser tan caballero cuando la vea la próxima vez. No creo que sea caballero en todos los aspectos. Tampoco creo que la vuelva a ver.
Ahora me dispongo a hacer algunos relevamientos. Entre mis frazadas he guardado unas fotos viejas que me gusta ver de tanto en tanto, pero son cada vez más esporádicas esas veces. Aseguraría que son fortuitas esas veces por estos días. Es que ya me está costando reconocer a los sujetos que tengo alrededor en esas fotografías. La última vez que las vi tardé mucho tiempo en encontrarme. Es que este Del Fabbro ya no se encuentra a sí mismo.
Estos son algunos secretos que no debería revelar. Podrían sospecharse algunas características de demencia en mi, que fingiendo sanidad convendría ocultar. Pero decido no hacerlo en virtud de un encuentro conmigo mismo: trabajo harto dificultoso si los hay.
Llegará el día, me lo prometo, en que se producirá ese encuentro en el que Franco Del Fabbro halle a Franco Del Fabbro. Quizá llueva ese día. Deseo que ese día sea un día lluvioso.
La tranquilidad que precede a la lluvia tal vez me provoque un regocijo que me haga arrullar en mi. Y al momento del arrullo, descansaré en mi regazo y voy a poder mirarme a los ojos. A los ojos que permanecerán cerrados debido al cansancio que me provocará el camino hacia el encuentro. Y me acariciaré la cabeza de modo tierno mientras la lluvia precipitada, encantada, me rodeará y no me permitirá otra cosa más que estar conmigo.
No creo que sea feliz ese día, tampoco se trata de eso. Sino simplemente me encontraré a un Franco Del Fabbro que no es este. O que si es este pero en modo distinto; más que distinto, propio.
Va de suyo que no recordaré al muchacho de la remera roja. Ni a Read. Tampoco recordaré las nefastas conversaciones, sólo las recordaré conversaciones. Suficiente para un Del Fabbro que ha logrado, en la manutención de diálogos, llegar a confundirse a si mismo con otro. Y el inevitable dialogo con uno mismo, del que nadie se puede liberar, hará que por fin me reconozca.
Y me reconoceré efímero, si, hasta nefasto. Me encontraré eminentemente dialogal, por temor a verme charlatán. Pero por sobre todo, me hallaré Del Fabbro. Estaré mojado, empapado ese día.
Espero que este oscuro. Deseo que sea de noche.

martes, 17 de abril de 2007

Sin título 79

Avanza deseoso el terco malhechor,
sin memoria. Con un solo proyecto,
entre oscuros laberintos escuetos;
creyéndose héroe o vencedor.

Repasa fugaz lo postrado del camino,
pisa fuerte, temerario, las hojas acaecidas.
Acelera sus lastimeros pasos en subida
y en bajada observa a los ladinos

que se esconden, al verlo horrorizado,
tras unos guijarros redondeados, encubiertos
de musgos. Agrupando allí a sus ancestros,
levantando los pálidos ojos extraviados.

Pero el hombre olvida que fuera alguna
vez artero y detestable e indolente como ellos,
recoge en un largo sombrero sus cabellos
y prosigue buscando, austero, la laguna

para ahogarse y ser ahí mortificado
(subsanar sus pecados), redimirse
Precisa compasión, logra irse

(y evadirse) de tanta ruin bajeza
pues conoce que está en la ligereza
la fuga y el consuelo de morirse.

Una vez muerto, ya sí, vuelven
los ladinos asombrados a pararse
sobre las mohosas piedras y a pintarse
en los rostros las mismas líneas tenues.

viernes, 13 de abril de 2007

PASOS PARA SERVIR EL VINO

miércoles, 4 de abril de 2007

INTER LUDIO

¿Y a él qué le dicen? !Hipócritas!
Si hasta escucha cómo le crecen las uñas a cada vez.
Una vez, sentía tanto el parpadeo, que le dolían los ojos por el estrujamiento que le producían los parpados sobre los globos. Dejó de pestañar. Tanto, hasta que quedó ciego.
¡¿Qué le dicen al ciego?!¡Cuánta hipocresía!
Véase soledad.
Véase egoísmo.
Véase también felicidad.
¡¿Qué le vienen con esas críticas?! ¡Hipócritas!
Si ya ni los zapatos le entran. Ni los anteojos. Ni los guantes.
Una vez, se pensó tan importante que se perdió. El bosque, dice, era marrón. El Sol, dice, no lo pudo ver. Dejó de beber. Tanto, hasta transpirar sangre¡
¡¿¿ Pero qué le dicen al desangrado??!!¡¡Hipócritas!!
Véase Perfectos.
Véase angustiados.
Véase también, por favor, hipócritas.

lunes, 26 de marzo de 2007

POR ESO ESTA CANCIÓN (tango)

Fumando en pipa algún tabaco importado
O usando gorra al estilo Sherlock Holmes,
No se sabe bien si venís de la tribuna
O si vas al juicio de tu rol

¡Che, Carlos! Parate un rato ahora,
sentate y tomá ese bandoneón
qué no ves que está pidiendo a gritos:
acariciame Carlitos que este tango es con vos.

Y ahí nomás las dudas antes cautivas
Se dejan ablandar con fijador,
Se entregan cada una a tus lunas
De azúcar, pan de misa y cantautor.

“No me vengan a mí con berreteadas”
dice Carlos tomando el bandoneón.
“¡Que el amor es una fantochada
marcada de avaricias y de desolación!”

“No me vengan a mi con la pavada
de tres a la semana y niño en andador
todo eso me da tanta risa, de aquí me voy de prisa
y les dejo esta canción.”

Antes de irse Carlos toma una ginebra,
se escapa entre la niebla de la noche marrón.
Y en el bar todos nos arrimamos, nos vimos lagrimeando
y por eso esta canción...

lunes, 19 de marzo de 2007

EXETRENCH

Batalla de Waterloo, de William Sadler

Resuena fatigada la ronca música de las trompetas.
Altivo e indómito, el caballo de crines blancas como la espuma, salta el arrebatado escuadrón. Irá en busca constante de aquel que, al otro lado, espera escondido… protegido. Pero su avance resulta efímero las muchas de las veces, pues debe retroceder a cada movimiento de sus contrarios.
El castillo del lejano horizonte suele ser impenetrable, las bien edificadas torres de ladrillos a la vista se encuentran rodeadas de vigilantes guerreros de poca talla.
Desde el oscuro reino surgen unos luchadores incansables que intentan detener los embates de la clara caballería. Y hacen retroceder a los soldados a caballo. Estos serán asistidos por aquel escuadrón que había sido soslayado al principio. Y las estrategias inician su participación, no sin antes percibir los movimientos ajenos.
Los oblicuos desistirán de permanecer en torno al rey, en pos de lastimar al enemigo. Y los rectos permanecen deambulando su propio reino en actitud defensiva.
Las banderas de cada uno flamean entre las caballerías, en medio de gritos y alaridos destrozadores que penetran en todo Oriente. El campo de batalla se vuelve sangriento. El rey precipita sus órdenes, y constantemente auspicia la victoria.
Tanto los oscuros caballos como los claros avanzan y retroceden interminablemente, hasta que una daga o un disparo desde lo alto de las torres les dan muerte a los jinetes. Entonces huyen solitarios si es que acaso esa misma muerte, o tal vez otra muerte, no los abraza a ellos también.
Los oblicuos guerreros van y vienen simulando ser mensajeros, defienden y atacan a la vez. Escapan y atrapan. Se esconden tras el grueso escuadrón de poca talla. Tampoco ellos se pueden poner fuera del toque que la muerte les tiene preparado de antemano, y que sólo Dios conoce el oportuno instante.
Los más agresivos de todos, esos de poca talla, no retroceden jamás. Resultan ser como Kamicazes. Intentan controlar una situación incontrolable. Unos pocos se quedan a defender a su rey, que para esta altura ya se empieza a refugiar en uno de los costados del reino. Postrero, iracundo y temerario, ese rey exige tal defensa. La lucha se torna tremenda, homérica. Por momentos parece no tener fin.
El campo de batalla es inundado por ríos de sangre: de guerreros agresores (como bien los ha denominado Borges), de osados caballos, de oblicuos mensajeros desprevenidos y dispuestos. Escombros de torres protectoras ensucian el tranquilo paisaje que alguna vez tuvieron los reinos afrontados. Pero como en cualquier acto bélico, uno y solamente uno resultará ser vencedor. El olvido y la vergüenza esperan apaciblemente al perdedor en las proximidades del terreno, para abrazarlo y llevarlo consigo.
Cuando la zona está ya árida, intransitable, hace su aparición leal la armada reina, mostrando una valentía poco usual. Dejando entrever una fidelidad digna de admiración, ataca fervientemente, más que cualquiera de los guerreros del reino. De uno y de otro bando se acerca inmutable la reina, que espera seducir al rey adversario y consumar así la victoria.
La lucha se vuelve más intensa aún. Los soldados buscan y encuentran trincheras en el suelo, porque el paisaje está cada vez más desolado, gracias a la muerte y a la puntería y certeza de unos disparos y de las dagas correctamente manejadas. Cualquiera que vea está escena no dudará en quitar la vista, pues el horror y el espanto que a uno lo invaden son cosa insoportable para cualquier mortal.
La increíble belleza de la reina puede llegar a confundir, a desorbitar a los loables soldados. El final del conflicto se aceleraría si ello sucediese, y la seductora sería la vencedora en tal caso. Pero desde un rincón el rey logra entender la trama de todos estos ejercicios, y grita desesperado a sus hombres para conseguir la avanzada final. Un jinete, que súbitamente aún permanece con vida, logra penetrar en el castillo ajeno. Mira a la cara al solitario rey, pero este le da muerte. El caballero no tiene compañía, y en la escena está más solitario que el rey. Ahora si, los ríos de sangre invaden los castillos. El final es irremediable, como siempre.
Escombros, sangre en uno y en otro lado del campo de batalla, y también en el mismo centro. Cuerpos descuartizados que invitan a un paseo presuroso por ser harto desagradable. Mensajeros que no han llegado a destino expiran por última vez. La noche acaricia la región y los guerreros se alimentan de carne de caballo cruda. En el descanso preparan estrategias y juegan a arrojarse piedras. Los campamentos huelen a osamenta y las lechuzas de los árboles intentan silenciar la oscuridad.
Con el crepúsculo del día siguiente se inician las actividades, la guerra parece no tener fin. Uno y otro bando logra entrar al reino ajeno sin conseguir más muertes foráneas que bajas propias. Se evidencia una guerra interminable. Aunque el olvido y la vergüenza esperan pacientemente al vencido, esta vez hay tablas. Aquí solo existió una manera de jugar al ajedrez, entre tantas otras

sábado, 10 de marzo de 2007

POR EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


Nota preliminar: Este posteo debió ser realizado el 8 de Marzo. Pero el autor ya no tiene cxaso y ese día la inspiración ha estado rebelde conmigo. Con justeza ha estado rebelde ya que siempre que viene la maltrato.
Esperando no llegar demasiado tarde, A una mujer finalmente aparece en Al buen vino. Aquí les dejo este soneto, deseando sea de vuestro agrado

 Dos mujeres desnudas
                                                                                 Pablo Picasso, 1920

A UNA MUJER

Cuando mi verso parezca perverso
O sea denso por darle suspenso
No las culpes sin culpa a mis hojas
Ni a mis ojos leyendo el silencio.

No es poeta el que narra esta vez,
Ni testigo, ni víctima, ni juez.
Es tan sólo un pérfido absurdo
Que no absorbe ni luces ni mies.

No te alarmes, mujer, por mis miedos.
Yo no poseo palabras profundas
Y no alcanzan mis manos el cielo.

Mi verso se pierde en la tibieza
Nada puedo decirte que explique
La bella belleza de tu belleza

viernes, 9 de marzo de 2007

BREVE Y TRISTE POEMA DE AMOR

No quiero hablarle al sol
ni a ninguna otra estrella, ni al agua.
No quiero nada contarle a las nubes,
ni a los árboles, ni a los pájaros.
No quiero que me escuche el invierno,
ni las flores, ni el mar ni su espuma.
No quiero hacer metáforas vanas
que confundan, que dilaten, que esparzan.

Ya no quiero seguir esperando la inspiración,
ya estoy cansado, es tarde y no asoma.
Exhausto, entonces, decido directamente hablarte
a vos que ahí estás, atónita. Que escuchas.
Espero acercarte estas palabras con mis manos:
Te amo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

AL RESCATE DEL MINOTAURO



Dibujo y epígrafe de
Manuel Sacristán de Alva
(12 años)


Sabía de antemano que el viento no iba a cesar hasta enfermarme. Sabía también que la música me dejaría sordo y que la noche no tenía un refugio para mí. Así, desabrigado, sordo y enfermo, no dudé. Me descalcé para hacer el menor ruido posible. Apagué las luces, todas las luces, incluso una la tuve que apagar una seis o siete veces. Ya sí, dispuesto a irme, y en silencio, abrí la puerta violentamente para que no rechine.
No me importaba mucho algo. No tenía demasiadas expectativas. Sabía que el pasillo de salida no tenía huellas de retorno. Ese pasillo, ese impreciso pasillo recto, era lo más parecido a un laberinto que vi en mi vida. Ciertamente, no tuve que tomar coraje para encararlo. Ya no importaba más nada.
Volví a apagar la misma luz por séptima u octava vez. Ya no importaba más algo. Cerré la puerta violentamente, tan violentamente que no la escuché.
Salí a buscar otro refugio, pero sabía que no existía. Grité y me escuché por primera vez. Me gritaron de muchos lados, dicen, pero no escuché nada. Y el viento me dio fuerte en la cara y en los dedos de las manos y de las patas. Me agarró desnudo no sé adonde. La luna me grito, dicen algunos.
El refugio no estaba en ninguna parte. Pensé, entonces, que yo podía ser mi refugio. Sí, yo, mi peor enemigo podría haber sido mi refugio. El Sol me agarró desnudo también, y me vio sordo. El Sol, cuando quiso calentarme, cayó en la cuenta de que ya estaba completamente enfermo. Y yo, mi peor refugio, fui mi peor remedio. Ya no había salvación para mí. A no ser que en el ocaso del día encuentre al Minotauro y lo rescate. Pero ni siquiera así tenía la seguridad de salvarme.
Decidí buscar al Minotauro de cualquier modo. No tanto para salvarme. Solo quería hacer justicia por una vez.

viernes, 2 de marzo de 2007

LLUEVE

Llueve, vomitan su canto las nubes y llueve.
Llueve entre tus muros y entre mis dientes.
Se mojan los textos sagrados de algún dios leve
y caen los mareados al asfalto, inconscientes.

Se empapan mis zapatos y mis medias y mi altar,
se embarran las trincheras de los barcos de altamar.
Se esconden los fantasmas de nuestra soledad
y nuestra suciedad se escurre para no figurar.

Tu castidad se nutre de mi voracidad
y tus manos y tu pesadez y tu misterio
viajan con destino

Y llueve. Y llueve en altamar,
no hay refugio en tu ciudad

No puedo ir a buscarte a otro lugar.
En mi barco llueve y llueve sin cesar.
Exaltado cruzo la proa, y llueve.
Y llueve. Y llueve más.

viernes, 23 de febrero de 2007

IRA

El vaho sucumbe de modo rebelde, mientras la nieve cesa. -¿Y ustedes que miran desde la verde alfombra?...- absolutamente nada transpola la bruma herida. Se confunde en el aire la sensación con la certeza para que pierda el objeto, y nadie objeta nada a causa del sufrimiento que alberga tal discordancia.
Luego se eleva la estupidez. Se alza demasiado rápido y es acompañada por el poderoso más poderoso que está en aquella verde alfombra. Se escapa la estupidez y cae como un rayo. Y una vez caída se asume derrotada por el poderoso. Y una vez asumida derrotada es asumida finalmente. Cae ya, y reposa también en el recinto. Se para el otro funcionista, funcionario (o como se deba nominarlo) para no perderse nada de lo estúpido que los sumerge, que los sumerge y los reflota y por eso vuele a elevarse la insana estupidez. Años más tarde ella recaerá una vez más como un rayo sobre otro poderoso y la historia no cesa como sí lo hace la fría nieve. Y también se parará su compañero para no perderse la endeble función.
Un ogro desesperado irrumpe en la bruma herida. Sus alaridos aterran a la mayoría y entonces no es escuchado sino tan sólo evitado. Se espera que su estupidez perezca, pues se cree que es más estupidez que la otra estupidez. Y la historia se hilvana en derredor de las dos estupideces. Aunque bien sabemos que uno sólo no lo considerará y se acomodará en el sillón más cómodo de los dos: o bien en la verde alfombra o bien entre el vaho rebelde.
Con estás dos opciones se abren, pues, dos posibilidades: o bien surge un placebo ingrato para seguir recibiendo la estupidez altiva y trashumante desde lo alto como un rayo, o bien se estremece todo en un nuevo alarido que empuja, inevitablemente, al vaho que sucumbe, irremediablemente.
El ogro finalmente descubre su perennidad, toma su destartalada mochila y se va; no huye ni se escapa sino simplemente se va. Existe la contingencia de que alguien se siente en su lugar; pero esta idea es remota, por eso es idea. Habrá que escuchar el nuevo alarido para saber si es más aterrador que el anterior o si invita a un buen banquete.
Van a ir muchos al banquete pero unos pocos saborearán el postre, de esos pocos son muchos menos los que se tentarán con el alarido, y cuando lo hagan, recién ahí, entrarán en ira. Lo terrible de todo es que alguien ya se encolerizó antes: es precisamente el poderoso que está cómodo.
Pero llegará el día en que la ira del estúpido hará que la ira de quien mejor supo degustar el postre sea, por fin, transversalmente opuesta y esta última logrará hacer fenecer a la primera. Pero falta demasiado para esto. Nadie, aún, se ha atrevido a acercarse al postre que con tanta paciencia el ogro desaparecido preparó en el bosque de la nieve seca.

jueves, 22 de febrero de 2007

AL ALBA


Antiguo trovador
Que en lengua provenzal
Gritas de dolor
A causa del alba,
Hoy con poco yo ansío
(sí, yo: que nada tengo,
que nada conozco y quien te respeta)
que compartas conmigo el alba.


Brindemos, pues, tu alma y yo
Con diáfanas copas de escarchas
Por el alba; el alba, ¡ay! el alba.

Envueltos los dos en los rayos del sol
Trepemos las sogas doradas que deshacen las copas
Del alba; el alba ¡ay, sí! el alba.

El pájaro trina su verso más bello
No por afirmar algo sino para expresa
El alba; el alba ¡ay sí! el alba.

Y calmada nuestra sed de hombres,
Embriagados y vueltos locos tú y yo
Caigamos de bruces al alba ¡ay, sí! al alba.

Ahora si, compartamos el manjar:
Tu frase y la mía que refieren al alba,
Al alba ¡ay, sí! al alba y su beldad.

sábado, 10 de febrero de 2007

SIN TÍTULO 1

No voy a decir que todo es una mentira
Pero quisiera decirlo.
Me conformo con decir que hay poco de verdad,
Mas no tengo otro remedio
Para derrotar mis nervios
Que asomarme a la lluvia a disimular mi llanto.
Y cuando me detenga: en lo efímero del rayo,
Las nubes antojadizas,
Como trenes en distintas direcciones sobre un mismo riel,
Me regalarán el trueno,
Que deambulará en mi mente
Hasta tanto vos, anhelo de mi anhelo, remontes tu vuelo al centro

El cielo del día después no dirá nada; pues te posee.
La luna, maravillada, ya no encandilará más nada.
El ciego no verá nada, como siempre, y saldrá corriendo.
El árbol, atolondrado, derramará el vino de su copa para beberlo.
La noche vendrá más pronto que antes.
Y vos, sed de mi anhelo ¿adónde vas a estar?

viernes, 9 de febrero de 2007

A ADRIÁN SUOTO

Semillas de carbón
Que apaciguan el temblor del valle helado.
Cadenas de extenso bosque blanco,
Seco y empapado por el río que baja de lo alto.
Alturas imprecisas y fusiformes
Que se suceden y caen,
Que se levantan y caen,
Que se suceden…
Cielo espejado y brisa tardía
Que asoma de a poco tras la niebla,
Y yo.

martes, 6 de febrero de 2007

EL SALTO DE LAS RANAS

Pasó el pasado, y las ranas siguieron saltando.
Lejanas, solitarias, se burlaron de todo lo existente, de todo lo existente factible de ser burlado. El estanque donde habitan se dora al sol, y la luna lo vuelve de plata. Son un coro de croas sus voces en conjunto. A la noche, solitarias, lejanas, las ranas cantan su canto.
Alrededor hay un terreno, el de una casa. A su vez, la casa se levanta en la inadvertida ciudad. La casa, abandonada, juega y oye y mira y también, a veces, parece que salta. Y la cuidad, de vez en cuando, se detiene para saltar al ritmo del croar.
La lechuza rehúsa de su chistido, y observa. Gira su cabeza desde la rama de un roble viejo, y se deleita con el espectáculo. Se asombra, sus ojos se agigantan aún más y las ranas no dejan de saltar.
Una a una se zambullen las ranas en el estanque, y salen solo para volver a zambullirse. Cantan un arrullo apaciguador, y saltan. A su canto se suman unos tenores sin escrúpulos, los grillos, que no conocen la melodía. Pero ellos también cantan, y ellos también saltan.
Durante el día se acercan las gentes a verlas, pero las ranas no saltan. Esperan a que el estanque se torne de plata. Y ahí si, ellas, solitarias, perdidas entre las estrellas, lejanas (díscolas), indomables, arrogantes; saltan. No conocen qué sucedió ese día en la ciudad, más aún, desconocen qué ocurrió cerca del estanque ese día. A ninguna le importa. Disfrutan el momento, su momento.
Fugaz, terrible, déspota, pasa el pasado, y las ranas siguen saltando. Una y otra vez, y otra, y otra más.

martes, 30 de enero de 2007

AL BUEN VINO

Pero si hasta tenía surcos, como Pedro, que iban de mis ojos a mi boca. ¡Ya basta! Si, si... ya basta... no podía ser así, no debía ser así. Entonces me acompañé, en noches serenas a mi solo, o no tan solo, pero el aroma del vino fue mi aroma... y que bien huele el vino.

-¡Mozo! Un poco más- le dije.

-¿Un poco más de qué- me preguntó:


Un poco más de luna
Y un poco más de sol,
Un poco más de vino
Para mi corazón.
Pues esta es la razón
De mi locura,
Tu pálida armadura
Ya no me asusta tanto,
Ya no, ya no.

Me empezaba a doler el lugar, ya no tenía ganas de de seguir viendo al mismo mozo con su cara de aburrido y su boca cerrada, ni esta mesa de maderas gastadas tan solitaria, ni esas copas de vidria tan bien hechas que con un golpecito no más se quiebran, y encima muestran sin vergüenza y sin pudor su interior:

Salí a patear el polvo
De la ciudad dormida,
Tu risa no me llega,
Mi llanto ya acabó,
Y ya no pienso en nada,
Embriagué mi corazón
Con dulce vino bueno
En copas de papel
Bebí, bebí

Borracho ¡si! Borrachísimo, ¿y qué?. Un poco más sucio tal vez ¿y qué’. Pero ya no se me notan más aquellos surcos... seguí manso, con la cabeza gacha y tiñéndome de mi, de vos, de todos. Hasta que llegó el momento en que levante la mirada para ver:

Y en la esquina del tango
Perdido me encontré,
Y me senté cansado
Sobre el humo de mis pies.
Ya nada más recuerdo,
El vino me venció.
Mis manos son racimo
de uvas de Malbec;
el vino me ha vencido,
por suerte te olvidé.

Me guste o no, te guste o no...

Por suerte te olvidé.

¡Ahora si! Ahora si a danzar, a danzar alma mía que somos uno otra vez. Mañana , con el sol, vamos a salir a correr por el parque, vamos a mirar y escuchar los pajaritos y capaz, quién te dice, juguemos a algo divertido. Hasta que nos asalte la luna con su ternura y nos invite una copa para olvidar. ¡Vamos alma mia! Dancemos juntos, dancemos juntos esta vez. ¡Vamos, vamos almita!¡Eso!¡No pares! Así, así... ¡Muy bien! Vamos , bailemos, sigamos así, ¡Vamos!.

lunes, 29 de enero de 2007

A UNA ANARQUISTA

Giorigio de Chirico: "La nostalgia del poeta" , 1914

Se me vino la noche. Con toda su furia me apretaba la sien. La cabeza era como que explotaba, o explotaba sin regodearse de metáforas inútiles.
Con la noche caía también la lluvia, pero mi cama ya no estaba seca. Seguía sudando el pésimo año. Sudaba tristeza y desamores, como siempre. Vos me empapabas, como siempre.
Entre mis venas corría desamor, a veces nostalgia, y entre los poros de mi piel se filtraban amalgamados, en una sola gota de un algo desabrido, híbrido, sucio.
Y encima se me caían las canas. No creo que el resto creciera, sino que yo ya me estoy achicando.
Hace mucho que no sé nada de los anarquistas. Creo que se ocultaron para leer a Baudelaire. Sí, eso están haciendo.