Avanza deseoso el terco malhechor,
sin memoria. Con un solo proyecto,
entre oscuros laberintos escuetos;
creyéndose héroe o vencedor.
Repasa fugaz lo postrado del camino,
pisa fuerte, temerario, las hojas acaecidas.
Acelera sus lastimeros pasos en subida
y en bajada observa a los ladinos
que se esconden, al verlo horrorizado,
tras unos guijarros redondeados, encubiertos
de musgos. Agrupando allí a sus ancestros,
levantando los pálidos ojos extraviados.
Pero el hombre olvida que fuera alguna
vez artero y detestable e indolente como ellos,
recoge en un largo sombrero sus cabellos
y prosigue buscando, austero, la laguna
para ahogarse y ser ahí mortificado
(subsanar sus pecados), redimirse
Precisa compasión, logra irse
(y evadirse) de tanta ruin bajeza
pues conoce que está en la ligereza
la fuga y el consuelo de morirse.
Una vez muerto, ya sí, vuelven
los ladinos asombrados a pararse
sobre las mohosas piedras y a pintarse
en los rostros las mismas líneas tenues.
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Hace 1 año.
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