lunes, 26 de marzo de 2007

POR ESO ESTA CANCIÓN (tango)

Fumando en pipa algún tabaco importado
O usando gorra al estilo Sherlock Holmes,
No se sabe bien si venís de la tribuna
O si vas al juicio de tu rol

¡Che, Carlos! Parate un rato ahora,
sentate y tomá ese bandoneón
qué no ves que está pidiendo a gritos:
acariciame Carlitos que este tango es con vos.

Y ahí nomás las dudas antes cautivas
Se dejan ablandar con fijador,
Se entregan cada una a tus lunas
De azúcar, pan de misa y cantautor.

“No me vengan a mí con berreteadas”
dice Carlos tomando el bandoneón.
“¡Que el amor es una fantochada
marcada de avaricias y de desolación!”

“No me vengan a mi con la pavada
de tres a la semana y niño en andador
todo eso me da tanta risa, de aquí me voy de prisa
y les dejo esta canción.”

Antes de irse Carlos toma una ginebra,
se escapa entre la niebla de la noche marrón.
Y en el bar todos nos arrimamos, nos vimos lagrimeando
y por eso esta canción...

lunes, 19 de marzo de 2007

EXETRENCH

Batalla de Waterloo, de William Sadler

Resuena fatigada la ronca música de las trompetas.
Altivo e indómito, el caballo de crines blancas como la espuma, salta el arrebatado escuadrón. Irá en busca constante de aquel que, al otro lado, espera escondido… protegido. Pero su avance resulta efímero las muchas de las veces, pues debe retroceder a cada movimiento de sus contrarios.
El castillo del lejano horizonte suele ser impenetrable, las bien edificadas torres de ladrillos a la vista se encuentran rodeadas de vigilantes guerreros de poca talla.
Desde el oscuro reino surgen unos luchadores incansables que intentan detener los embates de la clara caballería. Y hacen retroceder a los soldados a caballo. Estos serán asistidos por aquel escuadrón que había sido soslayado al principio. Y las estrategias inician su participación, no sin antes percibir los movimientos ajenos.
Los oblicuos desistirán de permanecer en torno al rey, en pos de lastimar al enemigo. Y los rectos permanecen deambulando su propio reino en actitud defensiva.
Las banderas de cada uno flamean entre las caballerías, en medio de gritos y alaridos destrozadores que penetran en todo Oriente. El campo de batalla se vuelve sangriento. El rey precipita sus órdenes, y constantemente auspicia la victoria.
Tanto los oscuros caballos como los claros avanzan y retroceden interminablemente, hasta que una daga o un disparo desde lo alto de las torres les dan muerte a los jinetes. Entonces huyen solitarios si es que acaso esa misma muerte, o tal vez otra muerte, no los abraza a ellos también.
Los oblicuos guerreros van y vienen simulando ser mensajeros, defienden y atacan a la vez. Escapan y atrapan. Se esconden tras el grueso escuadrón de poca talla. Tampoco ellos se pueden poner fuera del toque que la muerte les tiene preparado de antemano, y que sólo Dios conoce el oportuno instante.
Los más agresivos de todos, esos de poca talla, no retroceden jamás. Resultan ser como Kamicazes. Intentan controlar una situación incontrolable. Unos pocos se quedan a defender a su rey, que para esta altura ya se empieza a refugiar en uno de los costados del reino. Postrero, iracundo y temerario, ese rey exige tal defensa. La lucha se torna tremenda, homérica. Por momentos parece no tener fin.
El campo de batalla es inundado por ríos de sangre: de guerreros agresores (como bien los ha denominado Borges), de osados caballos, de oblicuos mensajeros desprevenidos y dispuestos. Escombros de torres protectoras ensucian el tranquilo paisaje que alguna vez tuvieron los reinos afrontados. Pero como en cualquier acto bélico, uno y solamente uno resultará ser vencedor. El olvido y la vergüenza esperan apaciblemente al perdedor en las proximidades del terreno, para abrazarlo y llevarlo consigo.
Cuando la zona está ya árida, intransitable, hace su aparición leal la armada reina, mostrando una valentía poco usual. Dejando entrever una fidelidad digna de admiración, ataca fervientemente, más que cualquiera de los guerreros del reino. De uno y de otro bando se acerca inmutable la reina, que espera seducir al rey adversario y consumar así la victoria.
La lucha se vuelve más intensa aún. Los soldados buscan y encuentran trincheras en el suelo, porque el paisaje está cada vez más desolado, gracias a la muerte y a la puntería y certeza de unos disparos y de las dagas correctamente manejadas. Cualquiera que vea está escena no dudará en quitar la vista, pues el horror y el espanto que a uno lo invaden son cosa insoportable para cualquier mortal.
La increíble belleza de la reina puede llegar a confundir, a desorbitar a los loables soldados. El final del conflicto se aceleraría si ello sucediese, y la seductora sería la vencedora en tal caso. Pero desde un rincón el rey logra entender la trama de todos estos ejercicios, y grita desesperado a sus hombres para conseguir la avanzada final. Un jinete, que súbitamente aún permanece con vida, logra penetrar en el castillo ajeno. Mira a la cara al solitario rey, pero este le da muerte. El caballero no tiene compañía, y en la escena está más solitario que el rey. Ahora si, los ríos de sangre invaden los castillos. El final es irremediable, como siempre.
Escombros, sangre en uno y en otro lado del campo de batalla, y también en el mismo centro. Cuerpos descuartizados que invitan a un paseo presuroso por ser harto desagradable. Mensajeros que no han llegado a destino expiran por última vez. La noche acaricia la región y los guerreros se alimentan de carne de caballo cruda. En el descanso preparan estrategias y juegan a arrojarse piedras. Los campamentos huelen a osamenta y las lechuzas de los árboles intentan silenciar la oscuridad.
Con el crepúsculo del día siguiente se inician las actividades, la guerra parece no tener fin. Uno y otro bando logra entrar al reino ajeno sin conseguir más muertes foráneas que bajas propias. Se evidencia una guerra interminable. Aunque el olvido y la vergüenza esperan pacientemente al vencido, esta vez hay tablas. Aquí solo existió una manera de jugar al ajedrez, entre tantas otras

sábado, 10 de marzo de 2007

POR EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


Nota preliminar: Este posteo debió ser realizado el 8 de Marzo. Pero el autor ya no tiene cxaso y ese día la inspiración ha estado rebelde conmigo. Con justeza ha estado rebelde ya que siempre que viene la maltrato.
Esperando no llegar demasiado tarde, A una mujer finalmente aparece en Al buen vino. Aquí les dejo este soneto, deseando sea de vuestro agrado

 Dos mujeres desnudas
                                                                                 Pablo Picasso, 1920

A UNA MUJER

Cuando mi verso parezca perverso
O sea denso por darle suspenso
No las culpes sin culpa a mis hojas
Ni a mis ojos leyendo el silencio.

No es poeta el que narra esta vez,
Ni testigo, ni víctima, ni juez.
Es tan sólo un pérfido absurdo
Que no absorbe ni luces ni mies.

No te alarmes, mujer, por mis miedos.
Yo no poseo palabras profundas
Y no alcanzan mis manos el cielo.

Mi verso se pierde en la tibieza
Nada puedo decirte que explique
La bella belleza de tu belleza

viernes, 9 de marzo de 2007

BREVE Y TRISTE POEMA DE AMOR

No quiero hablarle al sol
ni a ninguna otra estrella, ni al agua.
No quiero nada contarle a las nubes,
ni a los árboles, ni a los pájaros.
No quiero que me escuche el invierno,
ni las flores, ni el mar ni su espuma.
No quiero hacer metáforas vanas
que confundan, que dilaten, que esparzan.

Ya no quiero seguir esperando la inspiración,
ya estoy cansado, es tarde y no asoma.
Exhausto, entonces, decido directamente hablarte
a vos que ahí estás, atónita. Que escuchas.
Espero acercarte estas palabras con mis manos:
Te amo.

miércoles, 7 de marzo de 2007

AL RESCATE DEL MINOTAURO



Dibujo y epígrafe de
Manuel Sacristán de Alva
(12 años)


Sabía de antemano que el viento no iba a cesar hasta enfermarme. Sabía también que la música me dejaría sordo y que la noche no tenía un refugio para mí. Así, desabrigado, sordo y enfermo, no dudé. Me descalcé para hacer el menor ruido posible. Apagué las luces, todas las luces, incluso una la tuve que apagar una seis o siete veces. Ya sí, dispuesto a irme, y en silencio, abrí la puerta violentamente para que no rechine.
No me importaba mucho algo. No tenía demasiadas expectativas. Sabía que el pasillo de salida no tenía huellas de retorno. Ese pasillo, ese impreciso pasillo recto, era lo más parecido a un laberinto que vi en mi vida. Ciertamente, no tuve que tomar coraje para encararlo. Ya no importaba más nada.
Volví a apagar la misma luz por séptima u octava vez. Ya no importaba más algo. Cerré la puerta violentamente, tan violentamente que no la escuché.
Salí a buscar otro refugio, pero sabía que no existía. Grité y me escuché por primera vez. Me gritaron de muchos lados, dicen, pero no escuché nada. Y el viento me dio fuerte en la cara y en los dedos de las manos y de las patas. Me agarró desnudo no sé adonde. La luna me grito, dicen algunos.
El refugio no estaba en ninguna parte. Pensé, entonces, que yo podía ser mi refugio. Sí, yo, mi peor enemigo podría haber sido mi refugio. El Sol me agarró desnudo también, y me vio sordo. El Sol, cuando quiso calentarme, cayó en la cuenta de que ya estaba completamente enfermo. Y yo, mi peor refugio, fui mi peor remedio. Ya no había salvación para mí. A no ser que en el ocaso del día encuentre al Minotauro y lo rescate. Pero ni siquiera así tenía la seguridad de salvarme.
Decidí buscar al Minotauro de cualquier modo. No tanto para salvarme. Solo quería hacer justicia por una vez.

viernes, 2 de marzo de 2007

LLUEVE

Llueve, vomitan su canto las nubes y llueve.
Llueve entre tus muros y entre mis dientes.
Se mojan los textos sagrados de algún dios leve
y caen los mareados al asfalto, inconscientes.

Se empapan mis zapatos y mis medias y mi altar,
se embarran las trincheras de los barcos de altamar.
Se esconden los fantasmas de nuestra soledad
y nuestra suciedad se escurre para no figurar.

Tu castidad se nutre de mi voracidad
y tus manos y tu pesadez y tu misterio
viajan con destino

Y llueve. Y llueve en altamar,
no hay refugio en tu ciudad

No puedo ir a buscarte a otro lugar.
En mi barco llueve y llueve sin cesar.
Exaltado cruzo la proa, y llueve.
Y llueve. Y llueve más.