martes, 6 de febrero de 2007

EL SALTO DE LAS RANAS

Pasó el pasado, y las ranas siguieron saltando.
Lejanas, solitarias, se burlaron de todo lo existente, de todo lo existente factible de ser burlado. El estanque donde habitan se dora al sol, y la luna lo vuelve de plata. Son un coro de croas sus voces en conjunto. A la noche, solitarias, lejanas, las ranas cantan su canto.
Alrededor hay un terreno, el de una casa. A su vez, la casa se levanta en la inadvertida ciudad. La casa, abandonada, juega y oye y mira y también, a veces, parece que salta. Y la cuidad, de vez en cuando, se detiene para saltar al ritmo del croar.
La lechuza rehúsa de su chistido, y observa. Gira su cabeza desde la rama de un roble viejo, y se deleita con el espectáculo. Se asombra, sus ojos se agigantan aún más y las ranas no dejan de saltar.
Una a una se zambullen las ranas en el estanque, y salen solo para volver a zambullirse. Cantan un arrullo apaciguador, y saltan. A su canto se suman unos tenores sin escrúpulos, los grillos, que no conocen la melodía. Pero ellos también cantan, y ellos también saltan.
Durante el día se acercan las gentes a verlas, pero las ranas no saltan. Esperan a que el estanque se torne de plata. Y ahí si, ellas, solitarias, perdidas entre las estrellas, lejanas (díscolas), indomables, arrogantes; saltan. No conocen qué sucedió ese día en la ciudad, más aún, desconocen qué ocurrió cerca del estanque ese día. A ninguna le importa. Disfrutan el momento, su momento.
Fugaz, terrible, déspota, pasa el pasado, y las ranas siguen saltando. Una y otra vez, y otra, y otra más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿¿Es lo que se denomina una publicidad encubierta??